No sabía si
alegrarme o entristecerme. Desde luego no estaba previsto. Te sentías tan
seguro, tan fuerte y a buen resguardo en medio de todos dentro de aquella
armadura que habías construido para aislarte del mundo y el sentimentalismo,
que apareciste de la nada lleno de caballerosos modales. A mi juicio parecía
chocante porque no reflejaba la realidad de lo exactamente extraordinario que
eras. El amor debió filtrarse por alguna hendidura de tu armazón y poco a poco
fueron las más dulces melancolías de nuestra proximidad las que te dejaron
después de tanto esfuerzo, débil y sin fuerzas y, a partir de ese momento,
nuestra vida mejoró notablemente.
El amor superó a la razón. Solo había que
tener relativo cuidado con las nostalgias, cuando a la tarde, mis ojos
quedarían lejos de los tuyos.
A bordo del mares altísima poesía que emociona.
Una escritura sencilla e inconfundible con su propia música que es la voz del
poeta.
Versos pausados que no se
aceleran, una versión irreal con una veracidad tan auténtica que sacude
constantemente, y el que lee vislumbra destellos de insistente sensualidad
inconclusa que te asalta y te conmueve.
Estos poemas tienen ese
atractivo deliberado de lo que se interrumpe en el tiempo, sencillamente, no
debe concluir como le ocurre a las incesantes olas del mar que golpean la
orilla. El lector intuye lo que falta, lo completa y se deja seducir porque es
arte y nos acerca a nosotros mismos.
José Antonio Fernández posee un
elegantísimo control de las palabras, de la propia construcción del amor y del
mar. He aquí tal vez la base del misterio: ¿Interpreta el mar el papel de la
amada?
Son innumerables las alusiones
al mar no sólo como una construcción simbólica sino que responde a una
necesidad interna de colocarse uno frente al otro, como planeando un cambio,
pero nada cambia, todo permanece inalterable y legítimo.
El amor echa raíces al lado del
mar, del que se nutre. ¿Acaso no comparten las mismas letras? No sólo es
nombrado, sino que lo interioriza y lo plasma en bellísimos versos.
El mar es objeto central de
culto, se convierte en el testigo con una relación tan estrecha con el autor
que están puramente entrelazados. No es la herida, es el remedio. Versos que
respiran en la orilla como el que no sabe nadar, pero aún así se embarca.